El camino del Guerrero

Si tuviera un hijo le diría… “!Equivocate!»

06/04/2015 Comentarios (0) Desarrollo personal

¡No te lo merecés!

¡No te lo merecés! No se lo merecen. No sé, si se lo merecen.

A veces,  retumba esa expresión en la memoria. A veces mis células, en parte, la siguen escuchando. Aun algunas pocas de mis células lo siguen creyendo y por ende creando.
Pero hubo un tiempo donde no fue así, hubo un tiempo en la más absoluta inocencia en que me sabía merecedor de todo el amor, de todo el reconocimiento, de todo bien. Hay un tiempo, en el que todos sabemos eso, solo que luego lo olvidamos.
Y también hubo un tiempo que no es como hoy. Hubo un tiempo donde el desmerecerme era la forma de vida aprendida, aceptada, llevada como un, no sanado, respeto a un sistema familiar; que mientras no se sanara, seguiría eligiendo esa forma, como el modo de vincularse generación tras generación, hasta que alguno elija sanar lo no sano, y así reescribir una nueva historia.

medalla!No te lo mereces!… ¿Y quién tiene el poder para decir eso???:
¿Una madre? ¿Un padre? ¿Un hermano? ¿Un maestro? ¿Quién??. Pues la respuesta es nadie,  ya que nadie es más que Dios y ni Dios quiere ser  más que nosotros.

Merecer, se trata de creer en la magia de que todo lo bueno es posible y que por ende merezco que eso bueno invada ni vida.

¿Quien, por fuera de nosotros, tiene la autoridad de decirnos que nos merecemos o no? NADIE. Solo nosotros, en nuestro SER creadores de nuestras experiencias, somos los que podemos determinar nuestro merecimiento. Y en el verdadero propio amor (el amor propio bien concebido) sabemos que solo somos merecedores de lo bueno y lo mejor. Lo bueno y lo mejor para nuestra alma, por ende, lo bueno y lo mejor para nuestra ser, para nuestro estar siendo.

¿Pero entonces? ¿Cómo trabajar en la formación de alguien, en el acompañamiento o en su desarrollo si no es desde el mérito? Pues les daré mi respuesta: Es desde el amor donde colaboraremos con ese SER, desde la legitimación del otro, desde el comprender (es decir integrar) al otro. Y si ese otro es un menor, con mayor amor aun, ya que podremos observar que en su sabia inocencia, viene a mostrarnos cosas que, por ser adultos, habíamos elegido olvidar.

¿Eso implica no poner límites? No. Pero revisemos de que límites hablamos. Porque cuando los límites son partes de seguir «las formas» tan solo es «una forma» y el niño en su inocencia puede mostrarnos las más hermosas y nuevas formas que no nos permitimos ver… Y en ese caso ¿será que podremos ver que somos nosotros, los adultos, los que creemos no merecer, privándonos de la magia y queriendo privar a nuestros niños de su magia como víctimas de nuestra frustración, de nuestra inocencia recortada?.
Merecer, se trata de creer en la magia. En la magia de creer en que todo lo bueno es posible y que por ende merezco que eso bueno invada ni vida.
Merecer, se trata de amor. De amor propio, del propio amor por el que nos sabemos seres divinos, hijos de un Dios divino o de una energía divina, hermanos inseparables de seres divinos.

Todos somos merecedores de una gloria divina experimentable en el aquí y ahora.

Lic. Emanuel Quadri

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