Y entonces, ¿que tenemos que hacer con este maldito ego? le preguntaron.
Amigarse con el ego, respondió. Dejar de verlo como maldito y abrazarlo como una bendición. Aceptar que el ego es el que nos salva la vida, porque actúa desde la transparencia. Integrarlo y poder verlo como un niño dolido y temeroso cuyo miedo es no ser querido, comprendido y abrazado.
Amigarse con el ego, darle las gracias porque nos trajo hasta acá. Liberarlo, liberándote así del sufrimiento. Integrarlo, aceptarlo y reconocerlo, porque en definitiva eso es lo que pide y eso es lo que pedimos a través de él, integración, aceptación y reconocimiento.

Amigarse con el ego, amarlo y dejarlo que madure, porque en la madurez esta la sabiduría que nos muestra que el amor surge de adentro de nosotros mismos. En la madurez nos podemos conectar con el Ser, con lo divino, con la esencia y recordar nuestra alma, nuestra magia y nuestra sabiduría eterna. Integrar el ego, dejar de combatirlo, de rechazarlo, de resistirlo, porque todo lo que se resiste persiste. Integrar el ego, para que hasta nuestro ultimo espacio sienta el amor y será ahí, será entonces cuando nosotros conquistaremos al amor.

Integrar el ego, porque en definitiva es integrarnos a nosotros mismos y esa es la única manera de vernos y sentirnos enteros. Y solamente en esa entereza, en esa completud, en esa totalidad, podremos saber que somos parte indivisible de un único Ser que nos incluye a nosotros y todos nuestros hermanos.
Integrar el ego y agradecerle su existencia, porque en definitiva vino a mostrarnos, por oposición, quienes elegimos ser.